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Alta tecnología para un bosque que se mueve

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Alejandra Martins BBC Mundo
Bosque nublado en el noroeste de Ecuador: la estación del proyecto está a 1.900 mts.  Helicópteros a control remoto y cámaras con sensores son algunos de los medios que utiliza un proyecto pionero en Ecuador, para ayudar a conservar una de las zonas de mayor biodiversidad del planeta.  La Reserva de Santa Lucía, la sede de la iniciativa, en el noroeste del país, se extiende a lo largo de poco más de 700 hectáreas de bosque nublado, entre 1400 y 2600 metros de altura.

Desde el aire
A medida que el software de análisis de imágenes avance, los científicos esperan poder identicar árboles a nivel de especie. Y algo extraordinario está sucediendo en este tipo de bosque: debido al cambio climático, las nubes se están formando a una altura cada vez mayor, exigiendo adaptaciones al ecosistema a ritmos sin precedentes en la historia del planeta. La reserva ecuatoriana es la base de la iniciativa “Cambio climático, canopea (nivel superior del bosque) y vida silvestre", impulsada por la Universidad de Sussex en Inglaterra junto a varias organizaciones, incluyendo a la comunidad local. El proyecto no sólo busca monitorear el impacto del calentamiento global en este ecosistema único, sino que tiene un fin muy práctico: permitir a los residentes de la zona obtener fondos para subsistir combinando la ciencia con el ecoturismo.

Megadiversidad
Osos andinos, pumas, coatimundis y ocelotes son algunas de las más de 40 especies de mamíferos que habitan la Reserva de Santa Lucía, donde viven además más de 300 especies de aves y miles de especies de plantas. Pero esa gran megadiversidad está amenzada. Algunas de estas especies -como el oso andino (Tremarctos ornatus)- se encuentran en la lista roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza.   “Ecuador es un país único; en otro proyecto anterior monitoreamos 299 especies de árboles (de por los menos 10 cms en la base) por hectárea. Estamos hablando de una cantidad mayor a la de especies europeas en toda Gran Bretaña”, dijo a BBC Mundo Mika Peck, doctor en ecología tropical y profesor de la Universidad de Sussex, quien es el investigador principal del proyecto.  La riqueza de los bosques en el noroeste ecuatoriano se explica porque “esta zona era parte de la Amazonia antes de que los Andes emergieran, cuando la placa tectónica de Sudamérica chocó contra la del Pacífico forzando el levantamiento de la cadena montañosa hace, según estimaciones, dos, cinco o diez millones de años”.

Las nubes se desplazan
En este ecosistema megadiverso, el impacto del cambio climático sólo puede entenderse a partir de la delicada relación entre los mamíferos y el bosque.  “Donde trabajamos es un bosque nublado, la estación de base está a 1.900 metros de altura, las nubes que vienen del Pacífico se condensan en esta área y las especies de esta zona necesitan la humedad en el aire”, señala Peck. Con el cambio climático las nubes se están desplazando hacia arriba. Algunos estudios del IPCC (Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático) hablan de un movimiento de uno o dos metros por año en este siglo. “A medida que el planeta se calienta, la altura a la cual se condensan las nubes es mayor. Los árboles y las plantas deben adaptarse e históricamente lo han hecho con las eras glaciares, moviéndose hacia arriba y abajo en las montañas”, explica Peck.  “Lo que preocupa es la velocidad de los cambios, 18 veces más rápido que en las eras glaciares, según algunas estimaciones. ¿Pueden los ecosistemas moverse a esta velocidad?”

Mamíferos clave
Los mamíferos juegan un papel crucial en la capacidad de adaptación del bosque, ya que en los bosques tropicales el viento normalmente no dispersa las semillas.  Para que puedan moverse los árboles sus semillas deben ser transportadas y estos mamíferos, al igual que los pájaros y los murciélagos juegan un papel clave. Mika Peck, Universidad de Sussex,    “Lo que estamos tratando de hacer es promover lo que llamamos la capacidad adaptativa de ecosistemas tropicales ante el cambio climático, y uno de los elementos fundamentales para esta adaptación de un bosque es su habilidad de desplazarse”.

Cámaras ocultas
El proyecto monitorea mamíferos, aves, reptiles y anfibios.   “Muchos de los mamíferos tienen temor de los seres humanos y es muy difícil verlos en el bosque, así que usamos cámaras con detectores de movimiento”.  Las imágenes se suben a un sitio web al que todos, en cualquier parte del mundo, tienen acceso.  Un detector infrarrojo conectado a una cámara digital toma una foto o graba un video cada vez que pasa un animal. Las imágenes quedan en una tarjeta de memoria, al igual que en cualquier cámara digital.  Para que el material no quedara sólo en tesis académicas, el proyecto creó un sitio web, financiado por la ong Rainforest Concern, al que se suben directamente las imágenes y al que todos pueden acceder. También se monitorea con otras técnicas la población de aves, reptiles y anfibios, aprovechando el conocimiento de los pobladores locales.  “Muchas especies ya se han dejado de ver en los Andes tropicales. Tras un año caliente, hay seis o siete especies que ya nunca más se vuelven a ver”, señala Peck. “Hay un gran problema por ejemplo con ciertas ranas. Varias especies se han extinguido y se cree que la causa es un hongo de la piel que sólo puede vivir entre 18 y 26 grados, y debido al cambio climático, está proliferando con el aumento en temperatura”.


A control remoto
“Se estima que la Amazonia pierde 600 kilómetros cuadrados cada mes y buscamos también identificar puntos de alta biodiversidad en el bosque que deben ser conservados en forma prioritaria”, explica Mika Peck.  Identificar especies de árboles a gran escala y entender su distribución en el bosque tropical es una tarea titánica. “Así que pensamos, ahora que tenemos la herramienta de Google Earth, en utilizar imágenes captadas desde el aire”. “Tomamos una pequeña cámara y la pusimos en un helicóptero a control remoto que voló sobre la Reserva de Santa Lucía captando imágenes”. A medida que el software para analizar imágenes sea más sofisticado, los científicos esperan poder identificar árboles no sólo a nivel de familia, sino de genero y especie.  El proyecto también ha colocado monitores electrónicos cada 300 metros de altitud que miden, en intervalos de 45 minutos, durante todo el año, la humedad y la temperatura.


Ciencia aventura
Conservar el bosque depende en gran medida de que la comunidad que vive en él y lo cuida, pueda vivir de forma sustentable.  Los voluntarios visitan la reserva a través de Earthwatch. El 80% de los fondos van para la comunidad local, según Mika Peck.   A través de la organización Earthwatch, el proyecto recibe voluntarios que permanecen 11 días en la Reserva de Santa Lucía haciendo trabajo de campo junto a los científicos. Cerca del 80% de lo que pagan los ecoturistas va a la comunidad, según Peck.  “La idea de Earthwatch, que tiene cientos de proyectos, es que el público en general pueda participar enl trabajo científico y a través de su experiencia, tenga luego un impacto en su propio entorno”.  “Si la reserva es viable financieramente para la comunidad, las especies sobrevivirán”.


El futuro
Los datos desde el terreno permitirán hacer más precisos los modelos que predicen el impacto del cambio climático e identificar qué áreas del bosque proteger en forma más urgente.  “Tenemos que conservar lo máximo de bosque nublado que podamos. Probablemente quede sólo una extensión de 10 kms por 10 kms de bosque nublado en el noroeste de Ecuador dijo Peck a BBC Mundo.  “Hay esperanzas de que algunos de estos bosques puedan obtener fondos a través de esquemas como REDD (Reducción de Emisiones por Deforestación y Degradación)”. El esquema, uno de los puntos clave a debatirse en la cumbre de cambio climático en Copenhague en diciembre, contempla el pago de créditos de carbono para conservar bosques y podría en el futuro ser parte de un compromiso legal para empresas y países.  “Sería maravilloso si la conservación ya no tuviera que depender de suplicar por fondos”, afirma el experto de la Universidad de Sussex.  “Mi sueño es que algún día todos tengamos una cuota personal de emisiones y debamos compensar si nos pasamos de un máximo sustentable”.  De los negociadores en Copenhague dependerá en buena parte la respuesta a la gran pregunta: ¿podrá adaptarse el bosque nublado?
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