Heródoto de Halicarnaso, a quien se conoce como “el padre de la historia”, refiere el uso del agua en la antigüedad contra la mugre y la importancia de los hábitos de aseo entre algunos de los primeros pueblos civilizados.
- Cyro, rey de los persas, pedía, después de un arduo día de trabajo, desmontando un sitio de espinas y malezas, que los trabajadores se presentaran “limpios y aseados”.
- En Egipto: “Los sacerdotes, con la mira de que ningún piojo u otra sabandija repugnante se encuentre sobre ellos al tiempo de sus ejercicios o de sus funciones religiosas, se rapan a navaja cada tres días de pies a cabeza. También visten de lino, y calzan zapatos de biblo, pues que otra ropa ni calzado no les es permitido; se lavan con agua fría diariamente, dos veces por el día y otras dos por la noche, y usan, en una palabra, ceremonias a miles en su culto religioso”.
- Entre los escitas, sus mujeres “componen para sus afeites una especie de emplasto: preparan una vasija con agua; raspan luego un poco de ciprés, de cedro y de palo de incienso contra una piedra áspera, y de las raspaduras mezcladas con agua forman un engrudo craso con que se emplastan el rostro y aun todo el cuerpo. Dos ventajas logran con esto; oler bien, cualquiera que sea su mal olor natural, y quedar limpias y relucientes al quitarse aquella costra al día siguiente”.
- Sobre la larga vida de los etíopes, que se decía algunos alcanzaban los 120 años, “el rey (…) los condujo él mismo a ver una fuente muy singular, cuya agua pondrá al que se bañe en ella más empapado y reluciente que si se untara con el aceite más exquisito, y hará despedir de su húmedo cuerpo un olor de viola finísimo y delicado. Acerca de esta rara fuente referían después los enviados ser de agua tan ligera que nada sufría que sobrenadase en ella, ni madera de especie alguna, ni otra cosa más leve que la madera, pues lo mismo era echar algo en ella, fuese lo que fuese, que irse a fondo al momento”.
- Siempre que un marido babilonio tiene comunicación con su mujer, se purifica con un sahumerio, y lo mismo hace la mujer sentada en otro sitio. Los dos al amanecer se lavan en el baño y se abstienen de tocar alhaja alguna antes de lavarse. Esto mismo hacen cabalmente los árabes.
En Atenas se tenían baños públicos y privados. También existían bañeras, que podían ser de barro o de piedra. Los griegos no conocían el jabón. En el gimnasio se frotaban con aceite y arena, y en el baño utilizaban carbonato de sosa impuro.
De manera paradójica, las grandes ciudades romanas expulsaban las aguas negras aguas abajo, provocando enfermedad y muerte en diversas poblaciones.
Fuentes: Los nueve libros de la historia de Heródoto de Halicarnaso http://www.edaf.net/es/libro.asp?producto=82
http://aliso.pntic.mec.es/agalle17/cultura_clasica/aseo_vestido/aseo_vestido_grecia.htm