Adaptación de Leyenda del pueblo ayoreo de Bolivia
En medio del monte, cerca de un pequeño poblado, se encontraba una laguna rodeada de una gran variedad de árboles y hierbas. Los animales de los alrededores llegaban a beber su agua pura y cristalina y convivían en armonía con los habitantes del pueblo.
Cada mañana, desde muy temprano, entre este paisaje se podía ver a la Abuela Grillo, a quien también llamaban Direjná, una mujer pequeñita y de largos cabellos que caminaba por el bosque. Su tenue y dulce voz se escuchaba incluso por encima del sonido de los grillos. Ella, a través de su canto, tenía el poder de traer la lluvia, esencial para toda la vida.
Una mañana soleada y calurosa, Abuela Grillo se disponía a cumplir con su tarea. Se dirigió a toda prisa hasta el pueblo, caminando entre los cultivos, mientras los campesinos que trabajaban la tierra se alegraban con su llegada. Flotando sobre ella se podía ver una nube blanca como algodón, de la que caían gruesas gotas de agua que regaban las parcelas de maíz y frijol.
Cuando la veían llegar cada mañana, todos en la comunidad salían a recibirla con agradecimiento a la vez que exclamaban “¡Viva Abuela Grillo y la buena lluvia que ella nos trae!”
Un día, al atardecer, después de terminar la jornada en el campo y cosechar los frutos de su trabajo, la gente se sentó a descansar alrededor de una gran fogata para disfrutar de una rica comida.
Abuela Grillo también se sentó a celebrar y, a su lado, llegaron una niña llamada Adie, cuyo nombre significa ‘flor’, y su hermano Matai, que quiere decir ‘nacido en el monte’. Los hermanos eligieron la más tierna de las mazorcas y se la ofrecieron mientras todos cantaban y hacían música.
Se estaban divirtiendo tanto, que no se dieron cuenta de que se había hecho ya muy tarde hasta que comenzó a llover, así que todos se fueron a dormir, pero Abuela Grillo no regresó a la laguna. Ella continuó canturreando mientras dormitaba y no advirtió que la lluvia continuó toda la noche.
Al amanecer, los campesinos vieron horrorizados que los campos de cultivo estaban inundados, y culparon a Abuela Grillo de tan gran desgracia.
—¡Abuela Grillo!, gritaban, —¡Debes irte! ¡No para de llover y vamos a perder nuestros cultivos!
Adie y Matai se sintieron apenados por Abuela Grillo, pero no había nada que ellos pudieran hacer, y Abuela Grillo se fue apesadumbrada.
Caminando triste y cabizbaja, se alejó cada vez más del monte hasta que los altos árboles se volvieron puntos verdes y borrosos.
Siguió y siguió caminando hasta que llegó a un pueblo. Era de noche, por lo que las calles empinadas y adoquinadas estaban vacías, y no se escuchaba ni un alma. La única luz provenía del claro de luna y de algún farol de la calle.
Asustada, Abuela Grillo comenzó a cantar levemente para ahuyentar el miedo, y de la nube que flotaba encima de ella, comenzaron a caer gotas de agua cristalina.
Desde la oscuridad, unos ladrones que estaban ocultos la acechaban, y pudieron notar la nube que la seguía mientras ella avanzaba. Se dieron cuenta de que ella no era una persona común; que tenía un don. Rápidamente, los ladrones se acercaron con sigilo, tomaron a Abuela Grillo del brazo con mucha fuerza y la llevaron a su guarida sin que ella pudiera oponer resistencia.
Al cabo de un tiempo, los miembros de la comunidad del monte empezaron a preguntarse por Abuela Grillo. Desde que le pidieron que se fuera, el calor había aumentado y no había una gota de lluvia. Las plantas de maíz y calabaza habían tomado un color amarillo, y estaban a punto de secarse. Los árboles, arbustos y hierbas también estaban marchitos, y el suelo comenzó a quebrarse como si tuviera heridas.
Nadie en los alrededores la había visto, y todos observaban con preocupación cómo los cultivos ya no daban tantos frutos como antes, y la gente no tenía comida suficiente.
Adie y Matai propusieron a su padre emprender su búsqueda, quien aceptó de inmediato, y al amanecer del día siguiente, los tres partieron rumbo a las montañas, esperando encontrar a Abuela Grillo. Caminaron mucho, hasta que encontraron un pueblo que también sufría de sequía, donde el río era tan solo un hilito de agua. Buscaron a Abuela Grillo por todas partes, pero no tuvieron éxito en encontrarla.
Estaban a punto de darse por vencidos, cuando, a lo lejos, pudieron ver a dos hombres inclinados a lado de dos grandes tinajas con agua y mucha gente haciendo largas filas para poder llenar sus recipientes.
Se acercaron a una de las mujeres formadas:
—¿Aquí́ se vende el agua? —preguntaron.
—Sí. Como estamos sufriendo una fuerte sequía, —les contestó la señora afligida— suben el precio del agua y tenemos que hacer fila por muchas horas para obtener muy poco.
Adie y Matai observaron disimuladamente a los vendedores y pudieron notar que conforme el agua se iba acabando, uno de los hombres tomaba una tinaja vacía y desaparecía. Lo siguieron sin que él lo notara y encontraron que se dirigía a una vieja casa. Conforme se acercaban pudieron percibir cada vez más claro un débil canto, muy bello y a la vez triste. A través de la ventana vieron a Abuela Grillo amarrada a una silla, detrás de la cual los ladrones habían puesto una gran tinaja para recoger la lluvia que ella producía. Sin que los hombres se percataran, los niños y su padre corrieron hacia ella para abrazarla y liberarla. Ella los reconoció y no pudo hacer más que soltar una lágrima.
La pobre señora había estado amarrada a una silla, obligada a cantar día y noche para llenar las grandes tinajas que recogían la lluvia que ella producía, y los desalmados rufianes llevaban el agua para venderla a los habitantes de ese pueblo.
Explicaron lo sucedido a los habitantes del lugar, y la gente, enfurecida, echó a aquellos hombres del pueblo mientras Abuela Grillo cantaba alegre y comenzaba a caer una lluvia cristalina.
Después de una gran fiesta regresaron a la comunidad del monte, donde los recibieron con mucha alegría. Abuela Grillo cantó con más ganas que nunca, y así cayó la lluvia otra vez, regando los campos secos, que reverdecían más con cada gota. Después de asegurarse de que los cultivos estuvieran húmedos y sanos, Abuela Grillo se fue a la laguna.
Desde entonces, cada vez que hay sequía, la gente del pueblo ayoreo cuenta esta leyenda para que caiga la lluvia y riegue sus tierras.