class="contentpane"> Agua Bien Común
Viernes, 29 de Mayo de 2009 12:39
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La manera como enfrentamos y tendremos que enfrentar en América Latina el reto de construir alternativas de vida está ligada a las formas de uso, de valoración, de incorporación en nuestro imaginario y en nuestras formas de representación del entorno y de las condiciones, bienes y valores naturales y artificiales.
La manera como enfrentamos y tendremos que enfrentar en América Latina el reto de construir alternativas de vida está ligada a las formas de uso, de valoración, de incorporación en nuestro imaginario y en nuestras formas de representación del entorno y de las condiciones, bienes y valores naturales y artificiales.
En este sentido el agua es sin duda un eje conductor de nuestra historia y utopía. Las fuentes hídricas lénticas y lóticas fueron y aún siguen siendo para los aborígenes precolombinos elementos constitutivos de sus mitos fundacionales y de sus estructuras simbólicas de representación, es decir estaban y aún están en el seno    de su construcción social y cultural. El acceso al agua tenía tanta importancia como el acceso al suelo para los pueblos andinos. De la laguna de Iguaque provienen Bochica y Bachué fundadores míticos de los muíscas. En el ámbito de los pueblos preincaicos las fuentes de agua, el mar y los lagos eran venerados por muchos grupos como lugares de su origen. Las complejas redes hidráulicas de las que aun se observan trazos en Tical, en Machu Pichu y en la Sierra Nevada de Santa Marta, prueban el conocimiento y manejo que tenían nuestros ancestros indios. El agua era conducida para mejorar la producción agraria y llevada a los santuarios y a los lugares de recreo. Comunidades como los Zenúes lograron desarrollar sus culturas palustres al vaivén de los descensos y las crecientes de los ríos que desembocan en las planicies caribes.
El manejo del agua también definía entre estos pueblos sus relaciones de poder, sus posibilidades de defensa y sus medios de ataque. Situarse en lugares inaccesibles con abasto de agua era una condición para preservarse, cortar las fuentes de agua al enemigo podía definir una guerra. Nada distinto en esencia a las formas actuales de preservación y defensa del poder. Las cuencas hidrográficas han sido el patrón de apropiación de la tierra en los últimos 500 años. Es a lo largo y ancho de las cuencas hidrográficas donde se han situado los pobladores y es siguiendo las rutas trazadas por el agua como se han formado nuestros poblados y nuestras ciudades. Las formas que ha adquirido la tenencia agraria en los procesos de lucha por la propiedad de la tierra han estado ligadas a la oferta de agua pues de ella ha dependido el valor y renta del suelo; ha sido el manejo del agua como recurso, fuente para los procesos de acumulación y valorización del capital, particularmente del industrial y agroindustrial; como depósito para las basuras, residuos y excretas y como fuente de vida para el consumo humano, ha sido el agua elemento de formación de las unidades de paisaje urbanas y rurales.
En el caso Colombiano las cuencas hidrográficas de los ríos Magdalena y Cauca tienen asentada en su seno el 70% por ciento de la población y los recursos que han provisto han sustentado el modelo de formación económico-social de nuestro país. Allí también desde luego se da los mayores índices de contaminación y degradación del agua. Es en relación con esta particular formación económico-social, con los modelos de valorización y acumulación del capital y con las características valorativas económicas, éticas y culturales, así como con las formas de producción y reproducción social como se han formado estos paisajes y como se han producido, usado y destruido los bienes naturales.
El agua es una condición “natural” vital para todas las formas de vida en la tierra y crucial para las posibilidades de vida humana en el futuro. Aunque existe mucha agua en el planeta la manera de apropiarla, usarla y distribuirla ha conducido a que ella no esté ni en el sitio ni en el momento exacto. El volumen total de agua en la Tierra es 1360 millones de kilómetros cúbicos de los cuales el 97% se encuentra en los océanos y el otro 3% hace parte de los glaciales, zonas polares, aguas subterráneas, cuerpos de aguas superficiales, atmósfera y humedad del suelo, lo que hace el agua disponible para las actividades humanas sea mucho menos del 1% del agua del planeta.
Sin embargo, como suele verse en los noticieros, y gracias a las formas como se han intervenido y apropiado los bienes naturales, el agua es y será uno, sino el principal, componente de las catástrofes ambientales humanas, ya sea por su presencia excesiva, por la contaminación que se provoca como efecto de los procesos industriales rurales y urbanos y por las formas de poblamiento o por su creciente escasez relativa –según disponibilidad, concentraciones de población y formas y tecnologías de uso y disposición.
Fuente

Agua Bien Común

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La manera como enfrentamos y tendremos que enfrentar en América Latina el reto de construir alternativas de vida está ligada a las formas de uso, de valoración, de incorporación en nuestro imaginario y en nuestras formas de representación del entorno y de las condiciones, bienes y valores naturales y artificiales.
La manera como enfrentamos y tendremos que enfrentar en América Latina el reto de construir alternativas de vida está ligada a las formas de uso, de valoración, de incorporación en nuestro imaginario y en nuestras formas de representación del entorno y de las condiciones, bienes y valores naturales y artificiales.
En este sentido el agua es sin duda un eje conductor de nuestra historia y utopía. Las fuentes hídricas lénticas y lóticas fueron y aún siguen siendo para los aborígenes precolombinos elementos constitutivos de sus mitos fundacionales y de sus estructuras simbólicas de representación, es decir estaban y aún están en el seno    de su construcción social y cultural. El acceso al agua tenía tanta importancia como el acceso al suelo para los pueblos andinos. De la laguna de Iguaque provienen Bochica y Bachué fundadores míticos de los muíscas. En el ámbito de los pueblos preincaicos las fuentes de agua, el mar y los lagos eran venerados por muchos grupos como lugares de su origen. Las complejas redes hidráulicas de las que aun se observan trazos en Tical, en Machu Pichu y en la Sierra Nevada de Santa Marta, prueban el conocimiento y manejo que tenían nuestros ancestros indios. El agua era conducida para mejorar la producción agraria y llevada a los santuarios y a los lugares de recreo. Comunidades como los Zenúes lograron desarrollar sus culturas palustres al vaivén de los descensos y las crecientes de los ríos que desembocan en las planicies caribes.
El manejo del agua también definía entre estos pueblos sus relaciones de poder, sus posibilidades de defensa y sus medios de ataque. Situarse en lugares inaccesibles con abasto de agua era una condición para preservarse, cortar las fuentes de agua al enemigo podía definir una guerra. Nada distinto en esencia a las formas actuales de preservación y defensa del poder. Las cuencas hidrográficas han sido el patrón de apropiación de la tierra en los últimos 500 años. Es a lo largo y ancho de las cuencas hidrográficas donde se han situado los pobladores y es siguiendo las rutas trazadas por el agua como se han formado nuestros poblados y nuestras ciudades. Las formas que ha adquirido la tenencia agraria en los procesos de lucha por la propiedad de la tierra han estado ligadas a la oferta de agua pues de ella ha dependido el valor y renta del suelo; ha sido el manejo del agua como recurso, fuente para los procesos de acumulación y valorización del capital, particularmente del industrial y agroindustrial; como depósito para las basuras, residuos y excretas y como fuente de vida para el consumo humano, ha sido el agua elemento de formación de las unidades de paisaje urbanas y rurales.
En el caso Colombiano las cuencas hidrográficas de los ríos Magdalena y Cauca tienen asentada en su seno el 70% por ciento de la población y los recursos que han provisto han sustentado el modelo de formación económico-social de nuestro país. Allí también desde luego se da los mayores índices de contaminación y degradación del agua. Es en relación con esta particular formación económico-social, con los modelos de valorización y acumulación del capital y con las características valorativas económicas, éticas y culturales, así como con las formas de producción y reproducción social como se han formado estos paisajes y como se han producido, usado y destruido los bienes naturales.
El agua es una condición “natural” vital para todas las formas de vida en la tierra y crucial para las posibilidades de vida humana en el futuro. Aunque existe mucha agua en el planeta la manera de apropiarla, usarla y distribuirla ha conducido a que ella no esté ni en el sitio ni en el momento exacto. El volumen total de agua en la Tierra es 1360 millones de kilómetros cúbicos de los cuales el 97% se encuentra en los océanos y el otro 3% hace parte de los glaciales, zonas polares, aguas subterráneas, cuerpos de aguas superficiales, atmósfera y humedad del suelo, lo que hace el agua disponible para las actividades humanas sea mucho menos del 1% del agua del planeta.
Sin embargo, como suele verse en los noticieros, y gracias a las formas como se han intervenido y apropiado los bienes naturales, el agua es y será uno, sino el principal, componente de las catástrofes ambientales humanas, ya sea por su presencia excesiva, por la contaminación que se provoca como efecto de los procesos industriales rurales y urbanos y por las formas de poblamiento o por su creciente escasez relativa –según disponibilidad, concentraciones de población y formas y tecnologías de uso y disposición.
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