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La bibliofilia mexicana puede dejar su tragedia

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La sentencia del historiador José Gaos de que “Toda biblioteca privada es en mayor o menor parte una colección de proyectos de lectura” no es más cierta que lo dicho por el novelista Arturo Pérez-Reverte en su libro El club Dumas: “Corso sabía por experiencia que, tras el fallecimiento de un bibliófilo, a las veinticuatro horas de salir el féretro, salía la biblioteca por la misma puerta”.

Cercana a esa frase plasmada en una novela transcurre la historia de la bibliofilia en México, que se ha escrito a lo largo de casi cinco siglos. Sin embargo, en lugar de ser una historia luminosa, la de la bibliofilia en México es una historia trágica.

Y es que muchas bibliotecas conformadas por hombres sabios con el fin de reunir, rescatar, preservar y difundir el legado bibliográfico documental de México, dejaron el país, al ser adquiridas por universidades de EU y Europa.

La realidad es que cuando no han sido compradas por instituciones extranjeras, a donde han llegado ofrecidas por el propio bibliófilo -en el mínimo de los casos- o por los herederos -la gran mayoría de las ocasiones- los fondos bibliográficos han tenido peor suerte; muchos de esos tesoros han sido desintegrados, destruidos o extraviados por los propios mexicanos.

Lo sabe bien el bibliófilo Elías Trabulse y lo dijo al recibir el Homenaje al Bibliófilo que otorga año con año la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. El historiador y químico aseguró que esa parte olvidada de nuestro pasado, la de los bibliófilos mexicanos, tiene un lado oscuro e incluso trágico para la historia de México.

“Muchas de las colecciones bibliográficas y documentales de los bibliófilos mexicanos sufrieron un destino que nunca fue previsto y menos aún deseado por sus poseedores, la de su perdida, destrucción, dispersión o en el mejor de los casos, su traslado a países extranjeros”, dijo en su discurso.

Escribiendo una nueva página

Esa historia mexicana de tragedias podría escribirse distinta a partir de que el pasado 19 de enero fue inaugurado el Fondo Bibliográfico José Luis Martínez en la Biblioteca de México “José Vasconcelos”, como parte de una política de adquisición que incluye la compra del acervo de Antonio Castro Leal, en poder del Conaculta, y de las bibliotecas de Jaime García Terrés, Alí Chumacero y Carlos Monsiváis.

Sin embargo, el catedrático universitario del Colegio de bibliotecología y estudioso de las bibliotecas personales mexicanas, Daniel de Lira Luna, asegura que esa iniciativa no es una política de Estado, simplemente se trata de un criterio de adquisición.

Además, en el caso de la biblioteca José Luis Martínez, fue valioso el rescate “porque en la historia de México no ha habido un interés de parte de las instancia oficiales por la compra de bibliotecas y al contrario sí ha habido un interés de los dueños de las bibliotecas y de la familia por la donación”.

Aunque reconoce que en ocasiones es necesario adquirir el patrimonio bibliográfico de bibliófilos mexicanos para que no salgan del país, teme que a partir de esta iniciativa se pierda la tradición de la donación que ha enriquecido el acervo de varias bibliotecas mexicanas, como la de la UNAM, el INAH, la SEP o la Secretaría de Hacienda.

Y es que dice De Lira, si algo caracteriza al gobierno mexicano es la falta de visión o conciencia para preservar sus testimonios documentales históricos.

Las donaciones son básicas para las bibliotecas mexicanas. Tan sólo la Biblioteca Nacional resguarda los fondos bibliográficos y documentales de Luis y Lía Cardoza Aragón, Victoriano Salado Álvarez, Carlos Pellicer, Mariano Azuela y desde 2007 un acervo donado por Carlos Fuentes, quien un año antes hizo una donación de traducciones de sus libros a la Biblioteca Vasconcelos.

La Biblioteca del INAH resguarda las bibliotecas personales de arqueólogos y antropólogos que les ha donado la familia de Francisco del Paso y Troncoso, Federico Gómez de Orozco, Ignacio Ramírez y Luis Álvarez y Álvarez; en 2010, la hija de Fernando Cámara Barbachano, impulsor de la antropología social mexicana, donó 15 mil documentos de la biblioteca de su padre.

Pese a donaciones y acervos adquiridos por universidades extranjeras, Elías Tabulse dice que una gran cantidad de ellos fueron destruidos en el siglo XIX con las Leyes de Reforma, donde se extraviaron 10 mil 652 volúmenes o al menos fueron mutilados.

El éxodo de bibliotecas personales

En universidades de Texas, Londres, Leipzig, Chicago, New Haven, Providence, Berkeley, Michigan y Oviedo, están los acervos bibliográficos y documentales de muchos bibliófilos mexicanos del siglo XVIII, XIX y XX.

Si en el siglo XIX y XX fueron compradas las bibliotecas de Genaro García, Joaquín García Icazbalceta, José Fernando Ramírez, José María de Ágreda y Sánchez, Nicolás León y Genaro Estrada, en el siglo actual fue donada la biblioteca de Augusto Monterroso a la Universidad de Oviedo, en España por la viuda del escritor guatemalteco, quien decidió sacarla de México.

El éxodo de las bibliotecas en México comenzó en 1767 con la expulsión de los jesuitas, en ese tiempo comenzaron a dispersarse o destruirse las primeras bibliotecas; después vinieron los saqueos con las Leyes de Reforma.

Esa inestabilidad que vivieron las bibliotecas en el siglo XIX y XX refleja la inestabilidad política y social de México, como lo confirman el destino de los fondos bibliográficos de Genaro García y de Joaquín García de Icazbalceta.

La primera, la más valiosa de todos los tiempos pues contenía una colección de manuscritos de los protagonistas de la Independencia, fue vendida en 1921, y el acervo de García de Icazbalceta, el gran bibliógrafo del siglo XIX, se dispersó en el siglo XIX y una parte fue vendida en 1937 por sus descendientes. Ambas bibliotecas fueron compradas por la Universidad de Texas.

Aunque Elías Trabulse ha dicho que la Biblioteca del historiador Genaro García, que murió en 1920, fue vendida a la Universidad de Texas por sus familiares, ya que la SEP rechazó la oferta de sus herederos para adquirirla a un precio menor de su valor, el estudioso Daniel de Lira asegura que fue el propio Genaro García quien la negoció en vida a esa universidad, como lo confirman dos cartas que están en la biblioteca de la Cancillería mexicana.

A ella se suman la biblioteca de José María Andrade, o “Biblioteca Imperial de Maximiliano”, subastada en Leipzig en 1869; la de José Fernando Ramírez, ministro de relaciones de Maximiliano, rematada en Londres en julio de 1880 y la de José María de Ágreda y Sánchez, que se dispersó a su muerte por decisión de sus herederos en 1916.

Trabulse dijo que el gran momento de la bibliofilia mexicana fue la segunda mitad del siglo XIX, donde una serie de sucesos históricos facilitó la formación de las más ricas bibliotecas particulares que han existido en México “pero desafortunadamente los acontecimientos históricos desembocaron en la perdida, desintegración o traslado al extranjero de los más ricos fondos bibliográficos acumulados durante cuatro siglos”.

Una política de adquisición

Consuelo Sáizar, presidenta del Conaculta, anunció la compra de la biblioteca personal de Antonio Castro Leal y habló de la negociación con la familia de Carlos Monsiváis, entre otros.

Beatriz Sánchez Monsiváis, prima del cronista, comentó en la presentación de un libro del intelectual, que la familia ha recibido la invitación, pero aún no hay una negociación.

De Lira Luna dice que a la biblioteca de José Luis Martínez se podrían sumar las de Alí Chumacero y de Jaime García Terrés, los tres bibliófilos muy cercanos al Fondo de Cultura Económica.

Para De Lira Luna es importante que el Conaculta establezca los criterios y lineamientos de transparencia para la adquisición de estos patrimonios.

“Una biblioteca valiosa no necesita tener miles de volúmenes, pueden ser pocos pero muy bien seleccionados y mucho mejor leídos”, concluye.

Fuente: El Universal