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Río de Tiempo y Agua, apuntes finales

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La semana pasada, hice en este espacio algunos comentarios sobre el extraordinario libro Río de Tiempo y Agua, del doctor Pedro Miramontes, de la Facultad de Ciencias de la UNAM, compendio de ensayos sobre ciencia, complejidad, literatura, historia, mitología, política, etimología y otros temas.

Apunté algunas ideas sobre los capítulos “El Maligno” y “Color”, y decía yo que los denominados “Paisajes” y “Demonios” son, desde mi punto de vista, los más polémicos.

Algunas de las posiciones del autor con respecto al papel histórico de la ciencia y los científicos son, al menos, debatibles. Por ejemplo, Miramontes opina que Darwin mismo era un “preformacionista”, es decir, un continuador de la teoría de que el ser humano estaría “preformado” en los espermatozoides u óvulos. Cito su texto:

“Charles Darwin, uno de los más finos naturalistas del siglo XIX, fue también un preformacionista…

Darwin, por supuesto, ya no defendía la existencia de “homúnculos” dentro de los espermatozoides. Su teoría proponía la existencia de partículas (gémulas) portadoras de “partecitas” de cada órgano que, de alguna manera, pasarían a los gametos y se desarrollarían en el embrión”. Aquí concluye la cita.

Yo me pregunto si esto no podría ser interpretado, más generosamente, como la premonitoria visión de Darwin sobre la existencia de los genes, no negando ni afirmando la acción de posibles fenómenos epigenéticos (i.e., que no son resultado de la acción de los genes). Desde nuestra ventajosa perspectiva moderna, que incluye las nociones de auto-organización y de dinámica fuera del equilibrio, la de Miramontes tal vez sea una crítica demasiado dura. Más adelante, el autor retoma el tema de la ciencia dominante. Lo cito de nuevo: “Tanto los astrónomos observacionales como los microscopistas viven en una sociedad que posee un cuerpo de ideas dominantes que constituyen el “saber colectivo” y que normalmente no se cuestiona.”

Aquí me gustaría argumentar en favor de los procesos científicos, citando como ejemplo el caso de Albert Einstein, que siendo un oficinista desconocido de 25 años, desde una agencia de patentes y sin gozar de autoridad alguna, logró derribar el edificio de las ideas dominantes de su época. Por fortuna, la ciencia posee mecanismos correctivos únicos.

Más adelante, refiriéndose a Watson, Crick y Franklin, el autor escribe: “Ellos dieron a conocer la estructura del DNA y, consecuentemente, le dieron una base material al concepto de gen y, de esta manera, voluntaria o involuntariamente, sacaron de su tumba a la teoría de la preformación”. Y agrega: El neo-preformacionismo es el neodarwinismo de la biología del desarrollo, en el sentido de que todo lo que somos y hacemos, nosotros, las plantas y los animales, está escrito en los genes”. Fin de la cita.

De nuevo, me parece que esta visión es radical, puesto que Watson y Crick, con la aportación fundamental de Rosalind Franklin, develaron una componente esencial de la herencia. Me parece que la idea del determinismo genético, excepto por algunos recalcitrantes, ha sido superada por la ciencia actual. El genoma es visto hoy por la mayoría de los científicos más como un abanico de posibilidades que como un destino manifiesto, o como condiciones iniciales de un determinismo al estilo de Laplace. En este mismo sentido, por ejemplo, creo que en algunos círculos no se ha interpretado a Richard Dawkins con objetividad, acusándosele, injustamente en mi opinión, de “reduccionista radical” e incluso de “impulsor del Darwinismo Social de Herbert Spencer”.

El autor del libro toca otros temas polémicos: “Como he insistido”, escribe, “las teorías científicas no son ajenas a su entorno social y ésta no es la excepción. El preformacionismo moderno en su variante más radical es una expresión de determinismo genético que es a su vez el reflejo en la biología de lo que en economía política son las teorías más radicales del neoliberalismo actual”. Aquí concluye la cita.

El dogmatismo actual sobre las “leyes del mercado” y su inviolabilidad (que parecen confundirse con las leyes de la naturaleza) no sólo me parece anticientífico sino contrario a la ética humanista y a la solidaridad, pero no resulta evidente la conexión del neoliberalismo con el preformacionismo, teoría existente en el pensamiento de occidente al menos desde la época de Aristóteles. En la era Soviética, las ideas de Lysenko, impuestas a sangre y fuego por la ideología reinante, casi destruyeron la agricultura del país y retrasaron varias décadas el desarrollo de la genética en la URSS. Lysenko cumplió este cometido expulsando, encarcelando y causando la muerte de cientos de científicos. El fanatismo dogmático, de izquierdas o derechas, sostenido por razones ideológicas, religiosas o políticas, es siempre contrario a la ciencia y a la racionalidad científica.

Tal vez mi mayor discrepancia filosófica con Pedro Miramontes, sin embargo, proviene de su análisis sobre la historia de la ciencia en el capítulo “Los demonios de la ciencia”, donde señala: “La ciencia ha estado del lado de los intereses más perversos y carga consigo pecados y demonios que es necesario exorcizar”. El título de esta sección es una modificación del nombre del libro: “El mundo y sus demonios” de Carl Sagan, cuyo subtítulo es: “La ciencia como luz en la oscuridad”. Este libro es el testamento filosófico de Sagan y es una apología de la ciencia como base de la racionalidad humanista, como contraparte de la irracionalidad y del fanatismo. Sagan tiene un enfoque optimista y positivo sobre el papel presente y futuro de la ciencia, que yo comparto.

Cuando se dice que la ciencia es culpable de haber desarrollado métodos cada vez más poderosos para la guerra, suelo contestar con argumentos como los siguientes:

a) Culpar a la ciencia de los hechos sangrientos de la historia es como culpar a Henry Ford de las muertes causadas por accidentes automovilísticos, la principal causa de muerte accidental en el mundo.

b) En Ruanda, más de un millón de personas fueron asesinadas con garrotes y machetes, sin necesidad de recurrir a tecnología moderna.

c) La ciencia, al darnos conocimientos y poder sobre la naturaleza, trae consigo responsabilidades, pero nos ha permitido al mismo tiempo liberarnos de la esclavitud de los elementos, del hambre y de las plagas. El conocimiento nos permite exorcizar nuestros demonios.

La ciencia, en mi opinión, mucho más que aliada a las peores causas y a los intereses más perversos, nos ha permitido, por ejemplo, mirar a nuestro universo y empezar a comprenderlo, así como demostrar nuestro común y reciente origen africano y la igualdad esencial entre los seres humanos. Nos ha llevado a preguntarnos qué es la conciencia, llegar a la Luna y también observar la radiación de fondo, el “eco milenario” del origen del Universo. Concuerdo con la visión de Sagan de que la ciencia es la gran “luz en la oscuridad”, nuestra mejor arma contra el fanatismo y la superstición.

Para terminar, debo decir que tengo la certeza de que más allá de algunas discrepancias de enfoque e interpretación, me parece que el libro de Pedro Miramontes comparte en esencia esta visión.

La lectura de Río de Tiempo y Agua es un torrente refrescante de ciencia, erudición y escepticismo en su mejor expresión.

Termino con una cita de Jean Rostand, biólogo francés:

“La verdad que yo venero es la modesta verdad de la ciencia, la verdad relativa, fragmentaria, provisional, siempre sujeta a corrección, a rectificación, la verdad a nuestra escala; por lo contrario, rechazo y detesto la verdad absoluta, la verdad total y definitiva, la verdad con V mayúscula, que es la base de todos los sectarismos, de todos los fanatismos y de todos los crímenes”.

Fuente: La Crónica